A mí el libro me lo regalaron. Yo no lo compré. Pero en el fondo, lo que importa, es que lo acabé leyendo. Claro está. Era un regalo y yo estaba enfermo, escayolado sin poder salir de casa. No iba a dejarlo en la estantería y pretender que no existía. Además, en ese momento no sabía nada de todo esto. No sabía en lo que se iba a convertir. Aunque lo podía haber intuido. Ya pasó con Harry Potter y amenaza volver a repetirse con Amanecer y After Dark, también libros juveniles. El ranking de ventas de la Casa del Libro y del Fnac habla por si solo. ¿Qué tendrá la literatura para los más pequeños que tanto se compra por jóvenes y por adultos?
El caso es que algunos amigos, que para esto de los regalos son muy avispados, me vinieron a ver mientras estaba enfermo llevándome uno. “Toma, oye, para ti, ahora que no puedes pisar la calle”. Ahí estaba yo, tan contento con la visita y el detalle. Después de haberlo desenvuelto uno añadió, como queriendo aclarar algo: “Como sabemos que te gusta leer hemos ido a la librería y te hemos comprado el libro que más se estaba vendiendo”. Toma ya.
Ahora comparto con otros tres millones de personas (o más) en el mundo el haber leído la historia de El niño con el pijama de rayas. Y no es que me moleste. Ni mucho menos. Lo que pasa es que me pareció un cuento de lo más soso. Y aburrido. Y ahora, cada vez que veo a alguien en el tren o en el metro con el librito de tapas a rayas verdes me dan ganas de cogérselo y tirarlo a la vía.
Bueno, a lo mejor exagero. Hay personas que opinan que si tanta gente lo ha leído es porque debe ser bueno. A mí ese no me parece buen criterio. Es como darle ánimos a un estafador: mira, si convences a unos pocos los demás caen por sí solos. Así a más de uno seguro que le entran ganas. Porque a mí mis colegas me timaron un poco. Y la tendera de la librería a ellos. Con muy buena intención, eso sí, y por sólo dos euros a cada uno. Ahora, vete tú a saber lo que les pasó a los otros tres millones.
Santiago Roncero
No hay comentarios:
Publicar un comentario