martes, 28 de octubre de 2008

Queremos tanto a Glenda

Queríamos tanto a Glenda que le ofreceríamos una última perfección inviolable. En la altura intangible donde la habíamos exaltado, la preservaríamos de la caída, sus fieles podrían seguir adorándola sin mengua; no se baja vivo de una cruz”. A esa terrible conclusión llegan los miembros del círculo creado por Cortázar, el escritor argentino autor de Rayuela. En el cuento unos cuantos fieles se reúnen de cuando en cuando para charlar sobre la actriz británica Glenda Garson, que por la carrera cinematográfica alude a Glenda Jackson, de carne y hueso. Con el tiempo su adoración hacia ella crece, las reuniones se convierten en sesiones semanales y aflora su afán de ver en ella la suma perfección. Con el tiempo, y después de “borrar” ciertos errores e incongruencias en la obra de la diva del cine, deciden dar un paso más allá: deciden acabar con la vida de la actriz para preservar inalterada la perfección de su amor.

El cuento se publica, en México y en español nada más, y pasa el tiempo. Al año siguiente, y estando en San Francisco, Cortázar vio la última película de Glenda, Hopscotch. En ella el personaje encarnado por Glenda Jackson ama a un espía que se ha puesto a escribir un libro llamado Hopscotch (Rayuela en inglés) a fin de denunciar los sucios tráficos del la CIA, del FBI y del KGB. Ella, entonces, le ayuda a fraguar el accidente que ha de darlo por muerto frente a sus enemigos y así salvarlo.

Ambos debían acabar muertos. Por culpa del otro. Una en el cuento y el otro en el filme. Cortázar se sintió tan maravillado por la coincidencia que publicó en el diario argentino Clarín una “Carta a Glenda Jackson”. Ésta acaba de la siguiente forma:

Historieta de 1906

“En el cuento que acaba de salir en México yo la maté simbólicamente, Glenda Jackson, y en esta película usted colabora en la eliminación igualmente simbólica del autor de Hopscotch. Con mis compañeros del club entendí que sólo en la desaparición de Glenda Garson se fijaría para siempre la perfección de nuestro amor; usted supo también que su amor exigía la desaparición para cumplirse a salvo. Ahora, al término de esto que he escrito, sé de sobra que en su mensaje no hay venganza sino una incalculablemente hermosa simetría, que el personaje de mi relato acaba de reunirse con el personaje de su película porque usted lo ha querido así, porque sólo ese doble simulacro de muerte por amor podía acercarlos. Allí, en ese territorio fuera de toda brújula, usted y yo estábamos mirándonos, Glenda, mientras yo aquí termino esta carta y usted en algún lado, pienso que en Londres, se maquilla para entrar en escena o estudia el papel para su próxima película”.

Santiago Roncero

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