martes, 4 de noviembre de 2008

Dos grandes personajes que no pasan de moda

Decía el otro día, a través de los periódicos (publico.es), el nieto de Oscar Wilde, Merlin Holland, que el escritor irlandés aún creaba incomodidad en Inglaterra. En este país no se le ha rehabilitado por completo, argumentaba, tras más de un siglo desde que fuera acusado por indecencia grave por actos homosexuales. Más tarde fue considerado culpable y mandado a prisión durante dos años. Wilde salió arruinado material y espiritualmente de allí. El proceso judicial fue parecido al que sufrieron Flaubert y Baudelaire, ilustres escritores, en Francia durante 1857; aunque éstos fueron declarados inocentes.

El autor de “El retrato de Dorian Grey” fue toda una celebridad de la época de la Inglaterra victoriana. Fue muy famoso por su puntilloso y gran ingenio. Ya de joven apuntaba maneras. En la Universidad de Dublín obtuvo el mayor premio para los estudiantes de clásicos de este colegio, por su trabajo, en griego, sobre poetas griegos. Gracias a una beca por excelentes resultados ingresó en el Magdalen Collage, de la Universidad de Oxford, donde ganó el título de Bachelor of Arts, graduándose con la mayor nota posible.

Oscar Wilde

Mientras tanto, Wilde comenzó a llevar el pelo largo y a desdeñar abiertamente los deportes llamados «masculinos». Decoró sus cuartos con plumas de pavo real, lilas, girasoles, porcelana erótica y otros objetos de arte. Su comportamiento frente a la norma masculina le costó que lo zambulleran en el río, además de que le destrozaran sus cuartos (que todavía sobreviven como salas de alojamiento de estudiantes en el College). El excentricismo de Wilde era ya una realidad.

La incomodidad que la persona del dramaturgo irlandés provocó en la sociedad inglesa, y según su nieto sigue haciéndolo, va de la mano con la que provoca su obra. Wilde consigue causar una sensación incómoda, extraña e incierta en todo lo que le rodea.

Lo que ocurre con Wilde es parecido a lo que se respira en Lewis Carroll, autor de Alicia en el País de las Maravillas. Tachado de pedófilo por ciertos sectores de la sociedad actual “Lewis Carroll ha logrado escapar indemne a las múltiples inquisiciones a las que la han sometido psicólogos, teólogos, investigadores de literatura infantil, filósofos, matemáticos y fotógrafos” (Alberto Manguel, El País 30/10/2008).

Carroll fue amigo íntimo del decano de su Collage, Henry Liddell, donde ejercía de discreto profesor de matemáticas, y cuyas tres hijas le llamaban tío. Para ellasctres creó Carroll la historia de "una niña que descubre un mundo maravilloso en la madriguera de un conejo blanco". Ellas, y más concretamente Alice Liddell, fueron sus musas.


Uno de los pasajes más citados de Alicia

- ¿Me podrías indicar, por favor, hacia dónde tengo que ir desde aquí?

- Eso depende de a dónde quieras llegar –contestó el Gato.

- A mí no me importa demasiado a dónde…-empezó a explicar Alicia.

- En ese caso, da igual hacia a dónde vayas- interrumpió el Gato.

-…siempre que llegue a alguna parte –terminó Alicia a modo de explicación.

-¡Oh! Siempre llegarás a alguna parte –dijo el Gato-, si caminas lo bastante.


Alberto Manguel (web personal) en su análisis decía así: “El caso es que Lewis Carroll no pertenece cabalmente a ninguno de sus campos [de estudio], quizá porque, cada que se internó en uno de ellos, lo tranformó mágicamente en algo inclasificable. Como Alicia, Carroll acató las reglas de la sociedad victoriana, pero con tal ortodoxia que acabó reduciéndolas al absurdo: sus ficciones para niños son subversivas pesadillas cómicas, sus ejercicios lógicos, paradójicas bromas literarias, sus retratos fotográficos infantiles, inquietantes objetos de deseo”.

Alice Liddell en The Beggar Maid, verano de 1858, Oxford.

“¿Quién fue, entonces Lewis Carroll? Hay una escena al comienzo de Alicia que ilustra perfectamente la multiplicidad de la heroína, pero también la de su autor. Después de caer en la conejera, Alicia siente que ya no es ella misma y se pregunta quién puede ser esa otra que ha tomado su lugar. En lugar de afligirse, decide esperar hasta que la llamen a que salga de la conejera, y contestar entonces: ¿Quién soy? Decidme eso primero y luego, si me gusta ser esa persona, subiré; si no, me quedaré aquí hasta ser alguien distinto. Cada vez que lo nombramos desde el otro lado de la página, Lewis Carroll nos ofrece la misma inquietante respuesta”.

The Official Web Site of Oscar Wilde

Santiago Roncero

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