Edgar Allan Poe solía aprovechar las noches para embutirse de alcohol hasta que su cuerpo, con cuarenta años pasados, dijera basta. Cómicas parecen las historias que cuentan sus bibliografías de cómo tenían que despegarle de la barra sus mujeres. Sus cuentos están repletos de cuartos oscuros e imprecisos. Como no ocurrírsele sino a él colocar a un hombre en una habitación sin luz, retenido, con un pozo enorme y profundo en el suelo. Como aquel no cae, por suerte, lo ata a una mesa y un péndulo afilado se va deslizando poco a poco y las ratas comienzan a roerle los dedos. Cuando se salva uno se queda aliviado, no es para menos, pero las páginas de atrás ya han calado y dejado su tenebroso rastro. Como el corazón que late bajo el suelo. (Leer: “El pozo y el péndulo”; “El corazón delator”).
H.P. Lovecraft, sin embargo, solía dar largos paseos en su Rhode Island natal. Deambulaba sin más. Y en esas caminatas, de su devoción por la lectura, su imaginación, y la de sus compañeros (uno de ellos fue Robert E. Howard, creador de Conan, El Bárbaro), con los que se carteaba continuamente, acabó creando un mundo terrorífico en el que el ser humano sucumbe sin piedad al horror onírico de lo extraño.
Pero no hace falta tanto bicho.
Henry James era todo un gentleman por lo que sus correrías nocturnas no fueron tan extravagantes (cuentan que sus tendencias sexuales eran ambiguas, por lo que quizá más de uno si se escandalizó). Estadounidense que acabaría nacionalizándose británico, fue todo un erudito artístico: crítico de literatura y teatro y dramaturgo. No obstante, la noche británica de Jack el Destripador y de Mr. Hyde está envuelta en misterio.
Ingrid Bergman en un fotograma de Vuelta de Tuerva
Henry James fue todo un portento con Vuelta de tuerva, de la que se han hecho innumerables adaptaciones (Vuelta de Tuerca, con Ingrid Bergman, The innocents, con Truman Capote como guionista, entre otras). Lo terrorífico que puede llegar a ser la historia de dos niños, una aya, una ama de llaves y una casa en el campo.
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